El 25 de julio del año 306 d.C., en la ciudad de Eboracum (actual York, Inglaterra), las tropas romanas proclamaron a Constantino I como emperador tras la muerte de su padre, Constancio Cloro. Este acto desafió el sistema tetrárquico vigente y marcó el inicio de una era transformadora en la historia del Imperio romano. Descubre cómo se gestó esta proclamación, qué implicaciones políticas tuvo y por qué Constantino sería recordado como el emperador que legalizó el cristianismo y fundó Constantinopla.
Constantino el Grande: la proclamación que desafió la Tetrarquía
Crisis imperial y contexto político
A comienzos del siglo IV, el Imperio romano se encontraba en una situación de inestabilidad crónica. La llamada Crisis del siglo III había dejado profundas heridas: emperadores efímeros, guerras civiles, invasiones bárbaras y una economía debilitada. Para enfrentar este caos, el emperador Diocleciano había instaurado en 293 la Tetrarquía, un sistema de gobierno compartido entre dos augustos y dos césares, con el objetivo de descentralizar el poder y mejorar la administración imperial2.
El padre de Constantino, Constancio Cloro, era uno de los césares designados por Diocleciano. Gobernaba las provincias occidentales, incluyendo Britania y la Galia. En 305, tras la abdicación de Diocleciano y Maximiano, Constancio fue elevado a la dignidad de augusto, mientras su hijo Constantino permanecía en la corte de Galerio, en Oriente, como una especie de rehén político.
Muerte de Constancio y proclamación en Eboracum
En el verano del año 306, Constancio Cloro emprendió una campaña militar en Britania contra los pictos. Constantino logró reunirse con él en Eboracum (actual York, Inglaterra), donde lo acompañó en sus últimos días. El 25 de julio de 306, Constancio falleció, y en un acto espontáneo y cargado de simbolismo, las tropas que habían servido bajo su mando proclamaron a Constantino como emperador, ignorando el protocolo de sucesión establecido por la Tetrarquía.
La proclamación fue un gesto de lealtad y reconocimiento al linaje de Constancio, pero también una afirmación del poder militar sobre la legalidad imperial. Según la Enciclopedia de la Historia del Mundo, esta proclamación fue “una ruptura directa con el sistema tetrárquico” y marcó el inicio de una nueva lucha por el control del Imperio.
Reacción de Galerio y conflicto sucesorio
El emperador Galerio, que ostentaba la autoridad superior en Oriente, recibió la noticia con indignación. En lugar de reconocer a Constantino como augusto, lo nombró césar, otorgando el título de augusto a Valerio Severo, un oficial de su confianza. Esta maniobra buscaba mantener el equilibrio de poder, pero solo logró profundizar las tensiones internas.
Constantino aceptó el título de césar como gesto diplomático, pero en la práctica gobernó con autonomía sobre Britania, la Galia e Hispania. Su base de operaciones se estableció en Tréveris (Augusta Treverorum), donde comenzó a consolidar su poder político y militar.
Legitimación simbólica: hijo de un dios
La proclamación en York no solo fue un acto político, sino también un ritual simbólico. Según relata Eusebio de Cesarea, biógrafo cristiano de Constantino, durante la cremación de Constancio Cloro, se liberó un águila que ascendió al cielo, simbolizando la divinización del difunto. Constantino fue entonces considerado “hijo de un dios”, una fórmula que reforzaba su legitimidad ante las tropas y el pueblo.
Este gesto recuerda las prácticas de apoteosis imperial, donde los emperadores eran elevados al rango divino tras su muerte. Constantino supo aprovechar esta narrativa para construir su imagen como líder predestinado.
Implicaciones religiosas y legado cristiano
Aunque en 306 Constantino aún no se había convertido al cristianismo, su ascenso al poder fue el primer paso hacia una transformación religiosa sin precedentes. En los años siguientes, se enfrentaría a sus rivales Majencio y Licinio, y tras su victoria en el Puente Milvio (312), atribuiría su triunfo al Dios cristiano.
En 313, junto a Licinio, promulgó el Edicto de Milán, que legalizó el cristianismo en todo el Imperio. Más tarde, fundaría Constantinopla como nueva capital imperial y convocaría el Concilio de Nicea (325), que unificó la doctrina cristiana.